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Artículo de opinión.

12/10/2014

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Día Internacional de los Derechos Humanos: Día de Esperanza 

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Después de la Segunda Guerra Mundial, el mundo se percató de la gran cantidad de cicatrices que  tenía la humanidad: masacres, genocidios y gemidos de dolor  se encontraban guardados en los ojos y en el corazón de las personas. Una llaga profunda  incrustada en la piel, era el marco de un presente y un futuro desgarrador.  

El 10 de diciembre de 1948 se firma la Declaración Universal de los Derechos Humanos y con esto se garantiza, por lo menos de manera formal, la protección integral  en todas sus dimensiones. En el  documento se recogen 30 principios  propuestos para asegurar  el bienestar de los seres humanos.  Asegurando su cumplimento,  cada país se adscribe y se compromete a firmar el Tratado Internacional.

Hasta ese momento todo indicaba  la llegada  del contexto perfecto para que la aplicabilidad  de los Derechos Humanos se vuelva una realidad cotidiana. Cada 10 de diciembre, el mundo entero recuerda los mismos 30 principios que hace más de 60 años, vinieron para redimir las sombras de un pasado vergonzoso.

Ahora, pasar de una experiencia estrictamente formal a una empírica, resulta decepcionante.  La vida diaria nos demuestra cuán alejadas están las idílicas propuestas que se empolvan en el archivero de alguna entidad internacional, con aquel vivir diario que nos lanza en la cara un pastelazo de realidad.

Nadie fue capaz de garantizar en ese entonces que aquellos 30 presupuestos se iban a aplicar de manera tajante e inmediata, y personalmente asumo que nunca será fácil que la humanidad los cumpla.  A veces resulta graciosa la simulada paz que presume el mundo en esa pretensión de mostrarse civilizado y evolucionado. No ha  existido un día  en que la humanidad logre demostrar que se encuentra en verdadero desarrollo.

Es innegable la existencia de un avance sustancial en el marco legal que ampara a las personas y sus derechos. Sin embargo, a diario me pregunto: ¿Qué sucede con las masacres televisadas en Oriente Medio? ¿Qué pasó con aquellos jóvenes, víctimas de la corrupción que juntos suman 43? ¿Qué sucede con las víctimas de la trata de personas que viven situaciones de desesperanza?

La cuestión más indignante, y una vez más lo escribo en sentido estrictamente personal, es la cantidad de violencia, atentados y seres humanos que aprisionan a  otros, justificando cualquier atropello en las ganancias que se obtienen. Unos cientos, miles o millones de dólares justifican cualquier acción en este mundo; desde esclavizar a una persona hasta cometer genocidios disfrazados de progresismo. La civilización se encuentra en una etapa crítica, pues los atentados a los derechos humanos se ocultan detrás de partidos políticos,  pseudo democracia y capital. 

A pesar de la desesperanza que nos provoca leer un periódico, ver los noticieros o revisar los últimos tuits. Hay una característica propia de las generaciones actuales: las nuestras, las que ya  no sufren, las que buscan soluciones.  En el mundo: los corruptos, los esclavizadores y los que cometen actos de violencia son muchos, pero la fuerza de quienes buscamos combatir estos hechos es apoteósica.   

En el planeta la gente protesta en defensa de los derechos del “otro”,  de nuestros hermanos y hermanas. Se ha roto la vieja tendencia del: – si a mí no me afecta, no me interesa-. La palabra y la voluntad de cambio invaden los corazones de todos y todas.  Las personas indignadas y luchadoras son mares de  transformación y vida. Hoy se lucha por todos, porque si alguien violenta mis derechos, está haciéndolo con todos quienes conformamos esta fuerza de cambio.

La misma esperanza que entrega fuerzas para la lucha es una luz de respuestas. Hoy no existen más impávidos temerosos, el mundo levanta la mano en defensa de los derechos de todos y todas. Ahora el mundo es uno.

Cuando me vuelvo a preguntar si es importante recordar el Día Internacional de los Derechos Humanos, sin titubeos respondo: sí. Es imprescindible saber que existen porque así tenemos un motivo por el que luchar y día a día vivir nuestro propio Día de los Derechos Humanos.

Miguel Noboa Parra
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